Entro en un bar. Podría ser un bar cualquiera. En este caso hace chaflán en una calle transitada por coches que queman sus prisas con gasolina y humo.
Me siento en un taburete y me pido un café mañanero que resulta estar un poco aguado. Bebo sin rechistar.
En el bar están los típicos. Aunque, la verdad, nunca había ido por la mañana a ese bar, pero sé que son los típicos. Sus miradas, su forma de sentarse, de coger el café, de mirar con cansancio la televisión dando malas noticias. ‘Lo de siempre, con los de siempre’, me digo.
Con eso entran dos hombres con mono de trabajo azul. Saludan a un par de conocidos, de los de siempre, y se apoyan en la barra.
Dos cafés y otros dos pendientes.
Le dice al camarero el que parece más mayor mientras paga cuatro cafés. Me pareció curioso pedir dos pendientes. Imaginé que o bien pagaban el de el día siguiente o bien volverían más tarde a hacérselo.
Me terminé mi café aguado y estuve tentado de pedir uno pendiente. Así me aseguraría de volver a ese bar. Se respiraba un clima diferente. No era el aire recio de los bares al que solía estar acostumbrado. Tal vez porque solía ir por la tarde-noche, que es cuando se acumula la atmósfera de todo el día y se hace insoportable si no es con una cerveza.
Entraron al bar dos hombres encorbatados y tres mujeres bien vestidas. Saludaron al camarero como si se tratase de un familiar y pidieron dos cafés solo, tres cortados y otros tres pendientes.
Joder, menuda moda con esto de los cafés pendientes. Decidí quedarme con la esperanza de que alguien que hubiese dejado un café pendiente volviese a bebérselo.
El camarero tenía una pequeña libreta al lado de la caja en la que iba apuntando con rayas los cafés pendientes, como si de un preso marcando en la pared sus amargos días de opresión se tratase. Me descolocó, los cafés pendientes se apuntaban todos en la misma libreta, daba igual quién lo pedía. Mi intento de averiguar esta curiosidad se paró en seco.
La puerta se abrió de nuevo y entró un hombre desaliñado, de ropajes viejos, con boina y ayudándose de un bastón para caminar. Avanzó, miró a su alrededor y preguntó al camarero:
¿Tienen algún café pendiente?
El camarero tachó una raya en su libreta de cafés pendientes y le sirvió a aquel hombre un café caliente con una chocolatina.
Me quedé perplejo y decidí preguntar al hombre que tenía a mi lado que tomaba unas tostadas con mantequilla.
Perdone, ¿eso de los ‘cafés pendientes’…?
Sí, son cafés que la gente paga para que otros que no pueden pagarlo lo tomen. No sólo cafés. se hace con cafés, también tostadas, zumos…
Asiento con la cabeza y sonrío. Miro al camarero y le digo.
Por favor, cóbrese mi café y apunte uno pendiente.